martes, 17 de mayo de 2016

Camino de perfección.


Era para él aquella mujer delgada, enfermiza, ojerosa, una fantasía cerebral e imaginativa que le ocasionada dolores ficticios y placeres sin realidad. No la deseaba, no sería por ella el instinto natural de un macho por la hembra; la consideraba demasiado metafísica, demasiado espiritual, y ella, la pobre muchacha, enferma y triste, ansiosa de vida, de juventud, de placer, quería que él la desease, que él la amara con el furor de sexo y coqueteaba con uno y otro para arrancar a Fernando de su apatía, y al ver lo inútil de sus infantiles maquinaciones, tenía una mirada de tristeza desoladora, una mirada de entregarse a la ruina de su cuerpo, de sus ilusiones, de su alma, de todo.