Era para él aquella mujer delgada, enfermiza, ojerosa, una
fantasía cerebral e imaginativa que le ocasionada dolores ficticios y placeres
sin realidad. No la deseaba, no sería por ella el instinto natural de un macho
por la hembra; la consideraba demasiado metafísica, demasiado espiritual, y
ella, la pobre muchacha, enferma y triste, ansiosa de vida, de juventud, de
placer, quería que él la desease, que él la amara con el furor de sexo y coqueteaba
con uno y otro para arrancar a Fernando de su apatía, y al ver lo inútil de sus
infantiles maquinaciones, tenía una mirada de tristeza desoladora, una mirada
de entregarse a la ruina de su cuerpo, de sus ilusiones, de su alma, de todo.