lunes, 21 de marzo de 2011

Madame B.

-Le pasa lo que a mí –replicó León-. ¿Hay algo mejor que quedarse junto al fuego, por la tardes, con un libro, mientras que sopla el viento en las ventanas, las lámpara se consume?...
-¿Verdad que sí? – dijo ella mirándole fijamente con sus ojos negros.
-No se piensa en nada – continuó él-, el tiempo pasa. Te puedes paseas, sin desplazarte, por los países que uno cree estar viendo, y los pensamientos, mezclándose con la ficción, se entretienen en los detalles o siguen la trama de las aventuras. Uno se confunde con los personajes y te parece palpitar con ellos en su piel.
-¡Es cierto!, ¡es cierto! –decía ella.
-¿Le ha sucedido a usted –replicó León – que encuentra en un libro una idea vaga que usted tuvo, alguna imagen medio borrada que le viene como de lejos y hasta la exposición completa de sus sentimientos más sutiles?
-Sí, sí me ha ocurrido –respondió.
-Por eso me gustan más los poetas –dijo él-. Los versos me parecen más tiernos que la prosa, me conmueven más, me hacen llorar.
-Sin embargo, a la larga, los versos cansan –replicó Emma-; ahora yo prefiero las historias que se leen sin poder parar, las que dan miedo. Detesto los héroes comunes y los sentimiento atemperados, los que se dan en la realidad.
-En efecto, observó el pasante, esas obras no conmueves, se apartan de la verdadera meta del arte, según mi parecer. Es tan dulce, entre los desencantos de la vida, poder trasladarse con el pensamiento hacia caracteres nobles, sentimientos puros y escenas de felicidad. En cuanto a mí, que vivo aquí, lejos del mundo es mi única distracción; ¡Yonville ofrece tan pocos alicientes!

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